Vol 22 (2023) Anthropocene Infrapolitics
Respuesta a Infranaturaleza y physis absoluta de Ángel Octavio Alvarez Solís
Alberto Moreiras
Cómo no estar profundamente agradecido ante la hermosa reflexión de Ángel Álvarez Solís. Su recorrido por algunas de las partes más calientes de mi texto–las más problemáticas, más difíciles, por lo tanto también aquellas frente a las cuales toda respuesta o toma de posición es siempre ya dudosa–es hermoso sobre todo porque Ángel plantea su reflexión en otro plano, un plano ni exegético ni hermenéutico, ni crítico ni celebratorio. No le interesa estar de acuerdo o en desacuerdo, no piensa ni quiere pensar en términos de alianza, mucho menos en términos de filiación: piensa la cosa o la condición de la cosa, y eso es lo que es hermoso porque solo eso es lo que da interlocución.
Mi respuesta aspira a recoger dos momentos en su reflexión que desde luego me interpelan directamente, pero no porque me interpelen: más bien porque se trata en ellos de una posibilidad de llamada que, en esa medida, nos importa a todos. El primero tiene que ver con su negación de la posibilidad antifilosófica, y el segundo con su postulación de que mi texto registra una huida hacia una ‘posible salida antropológica’. Ángel dice que una filosofía llevada al límite no es ni puede ser antifilosófica, sino que más bien consuma la posibilidad más propiamente filosófica, en la medida en que la filosofía busca siempre pensar el límite, para pasarlo. Su figura del ‘despensador’, el que des-hace pensamiento, queda remitida a lo que Ángel llama ‘la pregunta del cómo vivir’ como pregunta básica de la filosofía: cómo vivir cuando el pensamiento no es suficiente. Y desde luego Ángel entiende que esa pregunta, en nuestra época sin época, implica la renuncia a la estructuración metafísica de la historia, y así la apuesta por un comienzo otro del pensamiento–más fácil decirlo que hacerlo. Pero Angel decide ponerle a esa nueva aventura todavía el viejo nombre filosófico. Angel dice que mi texto es ‘la continuación de la filosofía por otros medios, pregunta filosófica originaria’ que repite ‘una escena ya presente en Tales, Anaximandro o Parménides . . ., la escena originaria del saber occidental: el comienzo de la filosofía misma’.
Excepto, claro, que esos viejos pensadores no se pensaron a sí mismos como filósofos, eran solo sophoi. La noción de filosofía llegó después, como reacción a los sofistas, e implicó ya una pérdida respecto de la pregunta originaria, un desplazamiento radical en el que se consuma el destino metafísico de Occidente. Así que no deja de ser razonable plantear un nuevo comienzo–aspiración en cierta medida mesiánica, aspiración poco razonable, aspiración cruzada por un elemento de insensatez que solo quiere ser respirable–como antifilosófico, en cuanto desplazamiento del desplazamiento. Si es que llegamos a ello, puesto que la antifilosofía es tan inalcanzable como la filosofía misma, si no lo es más. Pero aquí hay que seguir el consejo a José Cemí de su madre en Paradiso: ‘Intenta siempre lo más difícil’. En eso estamos, aunque estemos en ello siempre fallando. Lo otro es programático y quizá aburrido. Pero Ángel tiene razón al decir que no hay comienzo otro sin volver al primero. Ese retorno, sin embargo, ¿desde dónde se realiza? ¿Y con qué propósito? No estoy seguro de que la pregunta central sea cómo vivir, lo que me ronda es más bien el agalma lacaniano–aquello en la vida más importante que la vida misma, la condición de vida. Volver al comienzo, volver a Anaximandro, a Parménides, a Heráclito, volver a la pregunta originaria que, en cuanto tal, permanece desconocida, pues solo tenemos trazas de las respuestas y nunca la pregunta misma–¿será por un imperativo de origen, un deseo de comienzo? ¿O se trata más bien de ser hoy hipergriegos? Anaximandro no hubiera podido ser antifilósofo, pues para él la filosofía no tenía entidad.
Y Ángel dice: ‘el texto de Moreiras advierte parte del problema . . . pero cuando lo advierte o intuye no lo deja brotar, no le permite crecer, pues huye hacia una posible salida antropológica’. Llamémosle tentativamente a esa salida antropológica un movimiento hacia la antropogénesis, es decir, hacia el devenir humano de lo humano, es decir, hacia algo así como la physis anthropou que Ángel detesta como insuficiente. También yo: mi interés no es sin embargo orientarme hacia una nueva noción de physis, naturaleza en el sentido moderno. Se trata más bien de descubrir, quizás en curso imaginario hacia la antropogénesis o quizás contra ella, un elemento alotrópico, una otredad que no es ya la otredad del otro humano, tampoco del otro animal o vegetal o mineral, pero una otredad al menos tan constitutiva como cualquiera de esas y sin embargo denegada. No entonces la ‘técnica absoluta’ de la que habla Ángel al final de su texto, sino más bien su contrario: la diké, la justicia de la que habla la primera oda coral de la Antígona de Sófocles, una justicia que tiene poco que ver con su noción moderna pero de la que podría depender nuestra instalación en el planeta devastado, en la ruina de la política, lo que Sófocles determinó como los límites esenciales de la antropogénesis en el sentido griego: somos pantoporos aporos e hipsipolis apolis. Buscando todas las salidas, nos quedamos sin salida y, habiendo siempre sido urbanos, hemos perdido la confianza de la ciudad. Y en la ciudad.