Luz María Bedoya
17, Instituto de Estudios Críticos 1
Si la Transparencia se observara a sí misma ¿Qué observaría?
Juan Luis Martínez, La nueva novela (1971)
Hay un lugar que lleva por nombre ‘Isla Nula’. Es una isla que no tiene tierra, que no se ancla al fondo marino, en la que no se desembarca. Sin capas geológicas, la Isla Nula carece de pasado. Es el sitio de lo nulo, por tanto, es el espacio de lo potencial.
Como muchos de los hallazgos que dan lugar a un camino de investigación, mi encuentro con la Isla Nula ocurrió de paso en algún momento de 2016, cuando buscaba fuentes para alimentar un trabajo asociado a las formas de medir el clima. La Escala de Beaufort, una herramienta de navegación a vela empleada para estimar la fuerza del viento, fue para mí una primera orilla. Ella permite medir la intensidad del viento a partir de la observación de sus efectos en la tierra y del aspecto del mar. Creada por el hidrógrafo irlandés Sir Francis Beaufort hacia 1800, no es una escala exacta ni objetiva. Posee un rango de medición de 0 a 12 donde, por ejemplo, la escala 0 se denomina ‘Calma’, el aspecto del mar ‘llano como espejo’ y su efecto en la tierra es descrito como ‘el humo asciende verticalmente’. Este tipo de situaciones y retóricas instrumentales, técnicas o normativas que, en su afán de precisión cuasi científica desprenden un resto poético, por llamarlo de algún modo, son siempre bienvenidas y cultivadas en mis procesos de trabajo. En la Escala de Beaufort encontré una poética austera que se valía, tal vez sin proponérselo, de una impronta literaria para ejercer su función técnica (Bedoya, 2016).
La Isla Nula pertenece a la misma constelación. Fue el grado 0 de la Escala de Beaufort lo que me condujo a derivas alrededor de la divergencia entre el cero y lo nulo. Al ser una herramienta para estimar la fuerza de algo no visible (lo visible son sus efectos sobre otras cosas), el grado más bajo de la escala, aquel donde ‘no hay viento’, señala una inexistencia. Eso existe como objeto, el aire, pero no como movimiento, y si no fuese porque hay cosas susceptibles de ser movidas, la sola observación del ojo sobre el viento sería incapaz de determinar la diferencia entre un día huracanado y uno calmo. En medio de aquella búsqueda en torno a la fuerza cero llegué a un breve párrafo en la red donde se mencionaba la existencia de una ‘isla nula’. Esa isla se convirtió en un nuevo umbral por donde decidí atravesar.
En programación y en las ciencias de la computación hay una diferencia fundamental entre nulo y cero que es preciso intentar esclarecer para acercarse a las condiciones de aparición de la Isla Nula. ‘Nulo’ significa ausencia de datos: es un valor no atribuible o desconocido, mientras que ‘cero’ es un valor conocido susceptible de hacer cuenta. Cualquier valor sumado a cero sigue siendo ese mismo valor. Cualquier valor multiplicado por cero se convierte en cero. Pero un valor sumado o multiplicado por nulo seguirá siendo indefinido. En los procesos de desarrollo de geo-códigos, un valor nulo se produce cuando ocurre algún error en la asignación de marcadores de posición, por ejemplo, cuando se hace referencia a campos del mensaje que no existen, o cuando se intenta acceder a una base de datos que carece de ellos. Ese valor ‘no sabido’, sin posibilidad de marcación y sin nombre, debe ser ubicado en algún lugar, es decir, debe escribirse en un archivo.
Todos los nulos, sea cual sea su procedencia, son tratados de la misma manera en contextos donde la falta de datos no está permitida. Como convención cartográfica, usualmente se opta por las coordenadas 0ºN,0ºE para ubicar allí los puntos nulos o errados en los procesos de geolocalización; una suerte de salto metonímico de la negatividad. Este punto situado a cero grados de latitud y cero grados de longitud se ubica en mar abierto, en las aguas internacionales del Océano Atlántico y por ello es autónomo en relación a cualquier interferencia en los trabajos de mapeo y en la atribución de soberanía. La comunidad de cartógrafos comenzó a llamar, a manera de broma, ‘isla nula’ a este lugar en los mapas durante los procesos de programación, y fueron Nathaniel Vaughn Kelso y Tom Patterson quienes incorporaron formalmente el concepto de la Isla Nula dentro del proyecto Natural Earth, un esfuerzo colaborativo para desarrollar mapas de libre acceso.
Hay referencias del uso del término isla nula desde 2008.2 Aquel párrafo que hallé en 2016 como primera noticia sobre la Isla Nula era una nota publicada a inicios del año 2011 por Natural Earth en su página web:3
ADVERTENCIA: Se ha añadido un país de solución de problemas con una clase de soberanía indeterminada llamado Isla Nula. Se trata de una isla ficticia de 1 metro cuadrado de área total situada frente a África, donde se cruzan el ecuador y el primer meridiano. Al estar centrada en 0,0 (latitud cero, longitud cero) es útil para marcar allí las fallas de geocodificación que son enrutadas a 0,0 por la mayoría de los servicios cartográficos (…) La Isla Nula en Natural Earth tiene un rango de escala 100, lo que indica que nunca debería ser visible en los mapas. Nota al margen: el rango 30 (zoom 29 en el lenguaje de Google) es de escala 1:1 y requeriría más de 288.000 millones de mosaicos con una necesidad total de almacenamiento de más de 3.500 millones de megabytes, lo que roza el texto de Borges Del rigor en la ciencia. La Isla Nula sólo debe utilizarse durante el análisis y mantendrá los puntos errantes fuera de sus mapas.
Es posible vislumbrar, llegado este momento, la serie de enlaces, desfases, saltos que tiene lugar en la creación de eso llamado ‘Isla Nula’. Su existencia responde a un conjuro técnico, y también humorístico, comprometido con las demandas de eficiencia y funcionalidad tanto como con la soltura y el ingenio, para dar orden a un sistema que es, al cabo, control de la representación. Al mismo tiempo, su inserción en los mapas de dominio público modificables por los usuarios de Natural Earth abre la pregunta sobre el estatus de la Isla Nula como herramienta colectiva y revela cierto litoral de la técnica inundado por el cuerpo invisible de la ficción. Es hacia ese cuerpo ficcional a donde se dirige mi interés.
La Isla Nula pertenece a una clase de marcadores que, en lenguaje de programación digital, se llaman ‘apuntadores’: direcciones que señalan un lugar dentro del sistema de geolocalización adonde se redirigen datos. Lo particular de ella es que actúa únicamente como un llamado, pues es un apuntador desprovisto de espacio material, no ocupa memoria ni puede almacenar datos salvo el dato de su propio nombre; las solicitudes erradas son dirigidas a ella nominalmente –apuntan a ella– pero no la habitan. Lo que la Isla Nula convoca entonces es un archivo potencialmente infinito de residuos que, sin embargo, no son depositados allí. Se trata de un archivo imposible de ser fijado o sistematizado.
Sven Spieker (2016) elabora la idea del archivo lento, un archivo propio del mundo contemporáneo que no sería un almacenamiento de datos ubicable y distinto de sus usuarios. Se trataría, más bien, de un entorno entendido como práctica. Dice Spieker que el archivo lento crea una apertura allí donde él mismo se separa provisionalmente de su lealtad a las huellas del pasado y donde, en cambio, se expone al presente. Así no entraríamos en el archivo sino estaríamos en él. Si, tradicionalmente, los archivos han dependido de la distinción entre su interior y su exterior, la Isla Nula no se define a sí misma separándose de lo que la rodea sino resulta ser algo puramente exterior. Estamos frente a una isla sin cuerpo y sin imagen de tal manera que para acercarnos a ella debemos pensarla más allá de una concepción formalizante, la cual ella no se cansa de minar. Siendo un lugar (sin lugar) que alberga (sin albergar) residuos infinitamente producidos en una suerte de diseminación perpetua, no hay canje en la Isla Nula, ni siquiera el canje de su propia figuración especular; incluso su ubicación hipotética –el 0,0– no tiene valor de intercambio.
Dime qué me das a cambio de cero…
Parece que existiera un desamparo constitutivo en aquello que la Isla Nula convoca. Son restos que, a falta de respaldo referencial, no tendrán devolución en el orden de un intercambio. Si los pensamos en términos lingüísticos podríamos llamarlos signos sin referente; si los pensamos en términos políticos podríamos considerarlos como sujetos sin representante. El pensamiento del afuera, el libro en que Foucault (2014) despliega el cuerpo ideológico y estético en la obra de Maurice Blanchot, resulta ser un acompañante fecundo a la hora de pensar la Isla Nula. Ella convoca pero no sostiene nada en su interior. Es desde esta condición del afuera que la Isla Nula podría vincularse con el desobramiento que emprende Blanchot (1955), para quien la escritura habita un lugar persistente de salida de sí misma. Quien escribe produce su propio desvanecimiento. Quizás, como la escritura, la Isla Nula convoca todo lo que en el mismo instante de ser llamado se pierde, al igual que Orfeo, cuya mirada extravía lo mirado en el instante mismo de ejercerse y, así, Eurídice desaparece.
La Isla Nula posee muchos rasgos del archivo lento y en ese sentido pareciera que, en coincidencia con el registro infrapolítico, se presenta como uno que hace imposible la reconstrucción de una historia, carece de los materiales y del raciocinio para trazar filiaciones u origen; asimismo no posee una identidad distinguible, desistiendo así de una lógica del reconocimiento. La infrapolítica se acerca a ser una práctica existencial en la que se está y se asume como un ejercicio para hacer de la vida el objeto de reflexión (Villalobos-Ruminott, 2019). Tal vez la Isla Nula se instale en un pensamiento marrano en los términos próximos a los que Alberto Moreiras (2016) refiere al suscribir el interés infrapolítico en el archivo, pues al parecer, Moreiras no está aludiendo a un archivo contenido y cerrado, sino a uno que captura de modos trayectivos aquello que la hegemonía no ha incluido en el discurso autorizado y de los que ‘el paradigma de la identidad no da cuenta’. Los archivos que interesan a la infrapolítica son marranos porque están siempre descentrados, han sido desplazados por otros y padecen su marranismo. Hay sin duda algo residual en toda experiencia marrana.
Marcada por su carácter ficticio y su condición funcional de depuración de errores, la Isla Nula existe atravesada por una serie de paradojas: ser localizada pese a estar fuera de todo lugar; ser un contenedor y, a la vez, un espacio sin interior; ser un archivo que, antes de destino o punto fijo de acopio, encarna la dispersión de datos perdidos. La Isla Nula es un dispositivo de solución de problemas de geo-códigos, pero es esquiva al ingreso en las listas contables. Contra la voluntad productivista de lo que se completa, se integra y se vuelve significante, la Isla Nula porta la desorientación, la ilegibilidad y la resistencia a la convocatoria de los nombres propios; no obstante, ordena y vuelve eficiente la gestión de la vida calculada.
El proyecto sobre Isla Nula busca, como horizonte general, pensar la imposibilidad de representar un lugar funcional aunque invisible y sin cuerpo, y lo hace entendiendo a esa isla como una figura de la desaparición. De modo más específico, este horizonte elusivo despliega algunas preguntas en cuyo cruce de caminos me encuentro aún, por supuesto, sin respuesta:
¿Es posible figurar un cuerpo ficticio que afirma su propia imposibilidad? ¿Cómo podría decirse su des-clasificación, cristalizar su inmaterialidad, asirse su fuga? ¿Es posible pensar la errancia como lugar? ¿Qué potencias existen en lo residual? ¿Qué sentidos tiene ocupar la posición 0ºN, 0ºE en relación con la historia de la representación cartográfica del mundo? ¿Cómo entender la paradoja de emparentar a la Isla Nula con un contra-archivo dada su cualidad de contener nada, pero estar asociada a lo que Alberto Moreiras (2023) llama la ‘dominación hiperestructural del capitalismo computacional’? ¿Cómo así lo incalculable de la Isla Nula revelaría la ‘exacerbación absoluta del cálculo representacional’?
Ubicuas y multiplicándose, las prácticas artísticas marcan, pero no describen. Señalan una dirección que solo puede ser pensada cuando se la encuentra. Enuncian, pero no comunican. Hablan, pero no transmiten mensajes. Tienen una forma, pero exceden sus propios límites: acontecen en el presente y al mismo tiempo lo producen. Perforan toda tentación identificadora pues prefieren la ranura, el medio, el pasaje. Provocan detenciones al no ser transparentes, pero luego refractan y producen desvíos. Una jerarquía que padece el arte es la de minar los usos burocráticos y funcionales de cualquier entorno. No actúa bajo la lógica de la confrontación sino convoca fuerzas no codificadas en espacios siempre intersticiales.
Cuando Marcel Duchamp concibió, en la década de 1930, el término ‘infraleve’ delineó, no un concepto, sino lo que podríamos llamar un campo. Para intentar cercarlo, se rehusó a definirlo y acotarlo, y propuso más bien su aproximación por las vías nunca clausuradas de los ejemplos. Lo infraleve opera desde la ‘figuración de lo posible’. En palabras de Thierry de Duve (2018) ella no es lo opuesto a lo imposible, ni tampoco está subordinada a lo probable. La figuración de lo posible parece estar marcada a la vez por ambos –lo posible y lo imposible– como el fruto o el descendiente de una imposibilidad encarnada en un delgado potencial:
Lo posible es / un infra leve – / La posibilidad de que varios / tubos de colores / lleguen a ser un Seurat es / ‘la explicación’ concreta / de lo posible como infra / leve
Al implicar lo posible / el llegar a ser – el paso de / lo uno al otro tiene lugar / en lo infra leve. alegoría sobre el ‘olvido’
(Duchamp, 1998)
Ese potencial es un paso o un intervalo. Emerge en el umbral de un porvenir que, sin actualizarse (los tubos de colores permanecen sellados) apuntan simultáneamente a la pintura que fue y que lleva ya el nombre de Seurat, y a la que es oportunidad –infraleve– de provocar una infinita sucesión de mundos nuevos.
Aun cuando hay infraleve, este no es un sustantivo sino que siempre adjetiviza. Sin embargo, nunca califica una cosa o una experiencia en sí; tan solo califica la diferencia entre dos cosas o dos experiencias, donde la más delgada diferencia sería aquella nacida entre dos cosas o experiencias iguales. Probablemente lo que existe es una posición, un ámbito o una región infraleve:
infraleve (adjetivo) / no nombre – no / hacer nunca de ello / un sustantivo el ojo fijo fenómeno / infraleve
(Duchamp, 1998)
¿Podríamos imaginar una relación entre infraleve y el registro infrapolítico? Pareciera que, no solo el modo de ser diferencial de infraleve, sino acaso también cierta ocurrencia, cierta manera de existencia en el tiempo, resuena en la figuración de una práctica infrapolítica; una relación que resta aún por ser pensada.
Desde los distintos bordes por los que he intentado, hasta el momento, acercarme a la Isla Nula se encuentra un breve ejercicio realizado en video. Se trata de Notas sobre la Isla Nula (2018), un ensayo visual que se propone pensar con los medios propios de esa isla. Pregunta, en un juego de invenciones y ejemplos, por asuntos de ubicación y de distancia, así como por la posibilidad/fracaso de identificar obras de arte como tales: por sus clasificaciones, sus énfasis, sus ficciones.
El video contiene imágenes grabadas a partir de un punto fijo de Puerto Eten en el norte de la costa peruana, específicamente, de un punto sobre su muelle, el más largo del litoral, con una extensión de 825 metros sobre el Océano Pacífico. Inaugurado en 1874, el de Puerto Eten es un muelle oficialmente en desuso, en mal estado de conservación y, por ello, peligroso. Aun así, pescadores artesanales y de cordel circulan sobre él.
El movimiento de las manos de quienes pescan con cordel es una gestualidad que no propone un intercambio ni emite un mensaje, más bien obra, directamente, haciendo del gesto una práctica: un ejercicio. También es un tanteo. Hay intuición, paciencia, espera, azar, improvisación, y una plasticidad coreográfica nunca repetida de manera idéntica, realizada con el trabajo de cordeles apenas visibles.
Observada a mayor distancia, la coreografía se extiende al cuerpo entero y aparece, con más tensión, la escala. La Isla Nula está y no está inserta en la economía. No lo está en la medida que es incanjeable, no ofrece un comercio significante; sí lo está, y mucho, en tanto higieniza la administración algorítmica. El gesto de las manos de quienes pescan con cordel ofrecen un (no) intercambio apenas semejante. Son señas no decodificables en una economía del mensaje, pero son señas que actúan, o esperan hacerlo, en la extracción del producto marino. Se trata de dos órdenes muy distintos de supervivencia, aquel del control geodesico masivo y el de la alimentación precaria micro familiar. En ambos casos, el sentido no es una evidencia del lenguaje.
La serie de obras de arte enumeradas y descritas en el video Notas sobre la Isla Nula contiene algunas verdades y algunas ficciones. Intenta abrir un campo de posibilidades enunciado con el telón de fondo de un despeñadero abismal sobre cuya cima dos personas mueven sus cuerpos, sus brazos, manipulan un hilo invisible y extraen peces de un mar que no vemos. Lo nulo, ese dato nunca determinado, es asimismo un campo de lo posible en la medida en que no cesa de ser una diferencia. Afirmar su propia imposibilidad de fijación y de conteo, es quizás y paradójicamente su potencia.
El arte es el lugar donde las palabras y las cosas están en perpetua inadecuación y donde es la ficción efectiva, entendida como apertura, la que prima: si las codificaciones detienen los flujos vitales, la ficción se apropia de fuerzas que los despliega y prefigura modificaciones de la vida misma. Quién sabe si desde su ficción, la verdad de la Isla Nula emerja tan presente, material y desarticuladora como la infrapolítica. Si bien con ella y en ella se puede especular, si bien es un dispositivo cartográfico ficticio, ella existe, está afincada en el mundo tanto como nosotros estamos alojados en ella. A lo mejor, la ficción esté más cerca de la existencia de lo que están los relatos adaptativos de la historia.
Todo muelle tiembla en alguna medida con el golpe del mar. El de Puerto Eten quizás tiemble un poco más a causa de su estructura fragilizada por el desgaste. Ese temblor es parte del cuerpo de las Notas sobre la Isla Nula.
Bedoya, L.M. (2016) Lecciones de nada y vuelo. Lima: Contexto.
Blanchot, M. (1955) L’espace littéraire. París: Gallimard.
Borges, J.L. (1946) ‘Del rigor en la ciencia’ https://www.public.asu.edu/~bdaniel6/cll/pdfs/Del_rigor_en_la_ciencia.pdf
De Duve, T. (1998) Kant after Duchamp. Cambridge y Londres: MIT Press.
Duchamp, M. (1998) ‘Infraleve’, en M. Duchamp, Notas. Madrid: Tecnos.
Foucault, M. (2014) El pensamiento del afuera. Valencia: Pre-Textos.
Kozak, C. (2011) Poéticas tecnológicas, transdisciplina y sociedad. Actas del Seminario Internacional Ludión/Paragraphe. Buenos Aires: Ludión.
Moreiras, A. (2016) Marranismo e inscripción, o el abandono de la conciencia desdichada. Madrid: Escolar y Mayo.
Moreiras, A. (2023) ‘Época sin época y segundo comienzo’. Culture Machine, vol. 22.
Pérez-Rodríguez, P. (2017) ‘¿Es el destino del populismo derechizarse? Conversación con Alberto Moreiras’. FronteraD Revista digital (04 de agosto).
Perloff, M. (2021) Infrathin An Experiment in Micropoetics. Chicago y Londres: The University of Chicago Press.
Spieker, S. (2016) ‘Manifesto for a Slow Archive’. Art Margins Online (31 de enero).
Villalobos-Ruminott, S. (2016) ‘Las sombras errantes. La substracción infrapolítica y la imagen total’. Conferencia en el encuentro Tecnologías de la imaginación 2: Imagen vigilante / Imagen vigilada. Laboratorio de Arte Alameda, Ciudad de México (11-12 de agosto). Villalobos-Ruminott, S. (2019) La desarticulación. Epocalidad, hegemonía e historicidad. Santiago de Chile: Macul.